sábado, 20 de junio de 2015

Smoke and mirrors

Un olor a tabaco se colaba por su ventana.
 En seguida lo notó, y se acercó hacia esta.
 No es que quisiera probarlo, ni que le gustase fumar. Simplemente le agradaba ese olor agridulce.
 La noche caía sobre la ciudad pero, una vez más, ese chico. La había vuelto a despertar mientras fumaba. Se asomó a la ventana y le vio. Sacaba medio cuerpo fuera, pero desde allí arriba solo se apreciaba su espalda.
 Le gustaba la manera en la que fumaba: elegante, pero descuidada a la vez.
 Se acercaba el cigarro a los labios, le daba una calada y echaba el aliento; pero lo mejor de todo llegaba después. Lo cogía entre los dedos y hacía malabares con él, echando las cenizas a quién sabe dónde. Quizás se las llevaba el viento, o caían al suelo.
 Cuando exhalaba, los anillos de humo danzaban a su alrededor, precipitándose sobre la noche. Y luego, nada.
 Y, cuando el cigarro se había deshecho casi por completo, lo apagaba en la repisa, donde descansaban tantas marcas  de tantos cigarros de tantas noches en vela.
 Fumar para olvidar, pensó. Para morir. 

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